A lo largo de nuestra vida, se suceden diferentes situaciones que no siempre podemos afrontar sin ayuda. Cuando algo nos duele, es un buen momento. El dolor nos trae un aprendizaje, que si integramos bien, nos será de gran ayuda para el futuro.

Cualquier momento es bueno para ir a terapia, no es necesario esperar a estar desesperado por algo, basta que nos moleste o no sepamos que nos ocurre, o incluso queramos saber más de por qué sentimos de una manera determinada, para acudir a un profesional, que nos ayude a darle luz a aquello que nos pasa.

Ir a terapia no significa que estás loco, significa que quieres dar nombre a lo que te molesta, escucharlo y conocerte más, porque conociéndote puedes saber qué te ocurre y buscar una solución.

El número de sesiones que hacer, va a depender de cada persona, que es quién va a marcar el ritmo de las sesiones y la profundidad de las mismas.

También va a depender de si queremos trabajar un hecho puntual o algo más amplio.

La terapia con EMDR ayuda a que el proceso sea más rápido y eficaz, ya que la integración se hace en varios niveles al mismo tiempo (pensamiento, emoción y sensación).

En la terapia encontramos un refugio, un lugar seguro, donde poder mirarnos sin sentirnos juzgados, en la que el apoyo de un profesional, nos guía en el camino de volver a nosotros mismos.

Un lugar en el que las emociones se suceden y toman espacio en nuestro cuerpo, mientras la cabeza les da un sentido. Donde podemos vaciarnos, para llenarnos de algo nuevo y volver a la vida cotidiana, con una visión más amplia.